El corazón del templo
Reflexiones de las Buenas Nuevas:
Haciendo que las escrituras sean significativas
para tu vida diaria.
por Terry Modica
“La santidad requiere un gran esfuerzo — más esfuerzo del que podamos hacer por nosotros mismos.”
Reflexión de las Buenas Nuevas para:
Fiesta de la Dedicación de la Basílica de Letrán
Noviembre 9, 2023
Oración para hoy:
Gracias mi Señor, por querer habitar en mí y darlo todo por salvar mi vida. Amén.
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Lecturas de hoy:
Ezequiel 47, 1-2.8-9.12
Salmo 45, 2-3.5-6.8-9
1 Corintios 3, 9c-11.16-17
Juan 2, 13-22
bible.usccb.org/es/bible/lecturas/110923.cfm
El corazón del templo
Tú eres edificación de Dios, dice la segunda lectura de hoy, porque Jesucristo es tu cimiento. Sin embargo, cuando edificamos nuestra vida diaria sobre este cimiento sin las herramientas y los ladrillos que son de Dios, nuestra construcción — nuestra relación con Dios y con los demás — se agrieta, debilita e incluso colapsa.
Tú eres templo de Dios, porque el Espíritu Santo mora en ti. En los días del Antiguo Testamento, el templo estaba hecho de piedra y cemento, y la gente lo visitaba durante las peregrinaciones. El Espíritu de Dios moraba en el corazón de esta estructura, una habitación llamada el lugar santo de los santos, donde no podía ingresar ningún humano a excepción del sumo sacerdote una vez al año en el Día de la Expiación, cuando se hacía una ofrenda de sangre por los pecados de la gente.
Jesús se convirtió en el nuevo Sumo Sacerdote y se sacrificó como la ofrenda de sangre, transformando el Día de la Expiación en Vienes Santo (Él habla de esto en el pasaje del Evangelio de hoy). Él también reemplazó al templo con su propio cuerpo, convirtiéndose en el Santo de los Santos en la tierra, ya que el Espíritu Santo habitaba perfecta y completamente en su carne.
Hoy en día, los que ahora somos el Cuerpo de Cristo en la tierra, también somos templos del Espíritu Santo. Pero la puerta al santo de los santos dentro de nuestros corazones, no siempre está abierta. Cuando cerramos nuestros corazones a los demás, les negamos la oportunidad de experimentar al Espíritu Santo llegando a ellos por medio nuestro.
En la primera lectura, vemos todo lo bueno que proviene del templo de Dios. Ya que somos templos del Espíritu Santo, la bondad fluye desde Dios, hacia el mundo, a través de nosotros. El agua en la visión de Ezequiel representa al Espíritu Santo, el Dador de Vida. Mira lo que sucede cuando el Espíritu Santo fluye de nuestros corazones hacia el exterior: en lugar de ser como el agua salada del mar, que mata a los que la beben de la copa de nuestras vidas, el Espíritu dentro de nosotros provee alimento y vida para los demás.
Para ser dadores-de-vida, primero tenemos que alimentar nuestros propios corazones al empaparlos en las aguas refrescantes del Espíritu Santo. Desear ser santo y querer hacer el bien, no es suficiente. Es fácil caer de nuevo en las viejas reacciones y limitaciones de nuestra naturaleza humana pecadora. Nuestra resistencia a la tentación es débil y rápidamente sucumbimos a las formas mundanas e impuras con que manejamos el estrés, las dificultades y las relaciones. La Santidad requiere de un gran esfuerzo –mucho más del que podemos lograr por nosotros mismos.
Absorbemos la vida del Espíritu, cada vez que purificamos nuestros corazones al recibir a Jesús en la Eucaristía y al arrepentirnos de nuestros pecados en el Sacramento de la Reconciliación y, luego, al darnos tiempo para la oración y para escuchar su voz silenciosa en ella. El Espíritu de Dios nos refresca, cuando leemos y reflexionamos sobre las Escrituras, discutimos nuestros problemas con compañeros llenos de fe o tomamos acción en el ministerio de Jesús.
Como templos humanos edificados en Cristo, dependemos y damos a los demás lo que el Espíritu Santo nos ha dado. Imitando a Jesús atendiendo a la gente a nuestro alrededor, edificamos nuestras vidas con cemento y ladrillo que durarán para siempre.
Para más sobre este tema, escucha nuestro audio: “Tres formas de destrabar al Espíritu” en https://buenasnuevascatolicas.org/camino48.
© 2023 por Terry A. Modica
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