La Amistad de Jesús
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Jesús, incluso sabiendo que sería traicionado por Judas, le ofreció su amistad y perdón, dándole el pan como un gesto de amor.
Él nunca impone, siempre ofrece oportunidades para volver a empezar. En la confesión no buscamos un perdón nuevo, sino el que Jesús ya nos dio en la cruz. Si algo te quita la paz, acércate a Él y recibe ese perdón.
En un momento, el Evangelio dice que Jesús se estremeció y declaró con claridad: “Les aseguro que uno de ustedes me va a entregar”. Los apóstoles se quedaron sorprendidos, se miraban entre ellos, preguntándose quién sería. Incluso llegaron a hacerse una especie de examen de conciencia: “¿Seré yo el que lo traicione?”
Juan, el discípulo amado, se recuesta sobre Jesús y le pregunta quién va a ser el que lo entregue. Jesús le responde: “Aquel a quien yo le dé este bocado de pan”. Entonces moja el pan en el plato y se lo da a Judas. Y eso, en la cultura judía, era un gesto muy fuerte: significaba amistad, comunión, cercanía.
Entonces uno se pregunta: ¿por qué Jesús le da el pan a Judas si sabe que lo va a traicionar?
Y cuando llegan al huerto y Judas se le acerca para besarlo, Jesús no lo detiene. No le dice “no me beses”, sino que lo recibe y le pregunta: “¿Con un beso entregas al Hijo del Hombre?” Nuevamente, ¿por qué acepta el beso de Judas si sabe que lo va a entregar?
Jesús no impone nada. Él ofrece. Siempre. Ofrece su salvación, su perdón, su sanación… pero nunca obliga.
En el sacramento de la reconciliación, lo que hacemos es ir a buscar ese perdón que Jesús ya nos consiguió el Viernes Santo. Ese día en la cruz, Jesús perdonó todas nuestras faltas. Y cuando vamos a confesarnos, simplemente vamos a recibir ese perdón que ya es nuestro, que Él ya nos dio.