[ PROFUNDIZA TU FE ]
Hebreos 12, 1-4 describe nuestro camino al cielo como una carrera. Estamos en una maratón que dura toda la vida, corriendo una carrera contra nuestras propias tendencias pecaminosas. Lo que nos retrasa es el peso muerto de los pecados que aún no hemos identificado, de los que no nos hemos arrepentido o que no hemos rendido a la misericordia de Dios.
A menos que deliberada y conscientemente luchemos contra el pecado y nos forcemos a recibir la bendición del Sacramento de la Reconciliación y prestemos atención durante el Rito Penitencial al comienzo de la Misa, seremos arrasados por las tentaciones y las dudas, tropezaremos y nos golpearemos contra el pavimento.
Para mantenernos en la ruta y seguir yendo hacia adelante hasta que ganemos la carrera, debemos fijar nuestros ojos en Jesús.
El pecado sucede cuando nos encontramos en una situación que no nos gusta y elegimos tomar el camino más fácil para salir. Por ejemplo, al enfocarnos en nuestros problemas en lugar de hacerlo en las promesas de Dios, parece necesario elegir métodos nada celestiales y sí anti Cristo para soportarlos. Por ello es que un aborto puede aparecer como una buena solución, por ejemplo, o el divorcio o el éxodo fuera del Sacramento del Matrimonio.
O, si nos enfocamos en los actos malvados de aquellos que nos causan problemas, nos perdemos el hecho de que Jesús está tratando de enseñarnos una forma mejor o más espiritualmente madura de resolver el conflicto. Así, cedemos a la tentación de vengarnos, desesperarnos o contribuir a una mayor división.
Para lograr una verdadera victoria, debemos implementar la forma de amar de Cristo, incluso si esto significa sacrificar la forma fácil. La victoria nunca se encuentra en el lugar seguro de la cruz; se encuentra en el camino alejado, el lado de la resurrección llega sólo después de abandonar nuestras vidas por el bien de los demás.
No hay soluciones gloriosas para las dificultades sin morir a nosotros mismos y clavar nuestros deseos personales a la cruz de Cristo. Como seguidores de Cristo, debemos aceptar nuestras dificultades como dones que verdaderamente lo son.
Las parroquias deberían ser reflejos del amor de Cristo, haciendo de ellas un buen ejemplo que evangelizara al mundo. Las dificultades son resucitadas en amor victorioso cuando el pastor, el plantel y los parroquianos involucrados, van a la cruz y a través de la cruz por cada uno, sacrificando su ira (justificada o no), muriendo a su impaciencia, a su falta de perdón y a sus demandas personales. El amor incondicional es una lección sobre cómo desarrollar la paz en la sociedad.
La división provocada por los escándalos dentro de la Iglesia, sólo puede ser resucitada en un testimonio de la sanación de Cristo y en amor unificador, cuando no tengamos miedo de llevarlo a la cruz y a través de ella, reconociendo los problemas verdaderos y trabajando por la justicia dentro de nuestras propias comunidades. En la carrera contra el pecado, los perdedores son aquellos que son aplastados por el temor a ser expuestos públicamente y a la persecución. Los victoriosos son aquellos que abrazan el escándalo como un don que ayuda a perfeccionar el Cuerpo de Cristo.
El pecado gana la carrera a menos que corramos hacia la cruz y pasemos por ella — con Cristo — hacia la victoria de una vida resucitada que ha sido perfeccionada en el amor.
© 2018 por Terry A. Modica
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