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¿Queremos amar a los demás y ser amados? ¿Buscamos la paz, pero a pesar de tener tantas cosas que nos hacen bien, no podemos alcanzarla? No podemos amar a los demás si no somos capaces de descubrir y aceptar en nosotros, tanto las riquezas como las debilidades.
Una de las cosas más difíciles para nosotros como personas, es saber realmente quiénes somos y a qué estamos llamados en nuestras vidas. Guardar una justa valoración de nosotros mismos y mirarnos con los ojos que Dios quiere que nos veamos es todo un desafío que nos conduce por un buen camino para ser verdaderos testigos de su amor.
A partir del “Mandamiento principal” proclamado por Jesús en Mateo 22, 36-40, podemos comenzar una rica reflexión que nos ayudará a meditar sobre nuestra identidad y nuestra misión. Dios quiere llevarnos a nuestro máximo potencial en esta vida.
Cuando Jesús responde a un grupo de fariseos que quieren ponerlo a prueba, cita el mandamiento principal: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón con toda tu alma y con todo tu espíritu. Éste es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas” (Mateo 22, 36-40).
Jesús coloca casi en igualdad de condiciones el precepto de amarse a sí mismo con el de amar a Dios sobre todas las cosas, cuando dice: “El segundo mandamiento es semejante al primero”. Es aquí, cuando leemos: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” donde surge inevitablemente una pregunta: ¿por qué es tan importante amarnos a nosotros mismos?
Para responder a esta cuestión, vamos a leer otro episodio de la vida de Jesús, durante su pasión, cuando ya estaba frente a Pilato y a punto de ser condenado.
En el Evangelio de Juan, 18, 37, Pilato le dijo: “Entonces, ¿tú eres rey?” y Jesús le respondió “Tú lo has dicho, Yo soy Rey. Para esto he nacido y he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad”. En este pasaje observamos con claridad que Jesús no oculta su condición. Por el contrario, es muy firme al manifestar y confirmar su identidad cuando dice “Yo soy rey”.
Jesús nos enseña que es fundamental conocer y aceptar nuestra identidad para descubrir nuestra misión en la vida, es decir, decubrir mi identidad, mi misión. De esta manera, estamos dando lugar a un amor único hacia nuestros hermanos, porque ese amor fue diseñado a la medida de mi persona por Dios.
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